miércoles, febrero 10, 2010

Acoso sexual II


Era un hombre sin sudor ni puños gastados.
Llevaba a rastras el corazón.
Hizo su oferta:
mi hija a cambio de pan,
de carne, de aceite.
Se la llevarìa a su casa
para que le limpiara la costra,
para que le abrillantara la plata,
para que le planchara las sàbanas.
Se la llevarìa a su casa.
Se llevarìa a mi hija,
sòlo piel y sòlo huesos,
sòlo hambre.
Se la llevarìa como ofrenda.
Se la llevarìa de mi casa sin manteles,
sin comida sobre la mesa,
de mi casa humillada por la pobreza.
Se la llevarìa para destrenzarle las trenzas,
para clavarle en los huesos
todos los ayes de su miseria.
Y volverìa, si,
un dìa a la semana
con los ojos ya de piedra.
Y volverìa, si,
para compartir su sueldo y su dentera.
Y volverìa, si,
para olvidar a aquel viejo
que le laceraba la piel
hasta hacerle sangre.
Para olvidar un instante a aquel viejo
que podía comprarlo todo menos la decencia.

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