jueves, noviembre 27, 2008

Dice Silvia que le gustaría ser una mujer tranquila, de esas que no se alteran ni en los partos ni en los entierros.
Dice que le gustaría poder sentarse en la puerta de su casa, con las manos sobre las rodillas para ver pasar la vida.
Pero dice que ella no es asì, aunque se esfuerce, que no puede sentir sosiego cuando millares de personas hoy mismo se están quedando sin empleo, cuando imagina los comedores populares llenos de gente que estrena pobreza, cuando va al supermercado y ve que se pasean por las callejuelas con los carros vacìos.
Dice que no puede evitar colocarse en esos corazones, no puede evitar sentir un instante, un momento, la incertidumbre de no tener pan ni manera de conseguirlo. De no tener pan y tener que pedirlo. De no tener pan ni un futuro sobre la mesa tibio y bien repartido.

¿què vamos a hacer,
con este presente,
con estas manos vacìas?

sábado, noviembre 22, 2008

Dice Silvia que le aterra la mirada de algunas personas.
Dice que ve en ellas suicidios o violencia. No sabe exactamente por què le ocurre esto, pero se pone muy nerviosa y le tiemblan las manos y quisiera no estar presente, volverse invisible, no sentir oleadas de inquietud bajo ese m ismo techo, en ese mismo lugar donde alguien mira y se aleja irremediablemente.
Dice que quizá son cosas de ella, de esa costumbre de instalarse en los corazones màs turbios, màs desolados. Dice que seguramente esas miradas que ella interpreta huérfanas de amor, son solo eso, miradas vacìas, con nada que decir pero en absoluto violentas.
Dice que pensar que son erróneos sus presagios podría consolarla pero en el aire quedan inmòviles los pàrpados calcinados por el llanto.

Ojalà tu mirar, fuera sòlo
un parpadeo lento,
sin hogueras
.

martes, noviembre 18, 2008

Dice Silvia que hemos construido nuestras vidas sobre bases un poco inciertas. Dice que perseguimos sueños inalcanzables, sueños que escapan, imposibles de agarrar cuando el viento azota nuestra sangre.
Dice Silvia que el deseo, los sueños, son elementos cotidianos que andan descalzos, que se pierden y reencuentran, que ayunan y se alimentan en cada latido, en cada mirada, en cada abrazo.
Dice Silvia que miramos, tan lejos, tan alto, que descuidamos nuestros pasos y dejamos que los sueños cercanos, esos que van a nuestro lado, los dejamos en el camino tristemente desahuciados.

Con un sueño basta,
uno que vaya
del llanto a la mortaja.

sábado, noviembre 15, 2008

Dice Silvia que sintie una inquietud terrible, como si el presente y el futuro estuvieran caminando en los bordes de un precipicio, dice que le da terror salir a la calle, hablar con la gente, porque no alcanza para pan, y se caen de las manos los trabajos, y vivimos esperando que esta situación termine pero la espera, ya desde el primer dìa, es demasiado larga.
Dice que esto acaba de empezar, que las personas de a pie, pagaremos las consecuencias de este enorme atraco mientras los gobiernos disimulan, buscan coartadas, dejan que el tiempo pase.
Dice que ella no entiende nada, que preferirìa cerrar los ojos y despertar en un mundo donde no haya estafas. Donde estuvieran prohibidas la ambición, la ambición, la ambición.
Dice Silvia que es imposible cerrar los ojos y soñar ante tanto criminal de guante blanco.

¿de què hablàis
mientras nosotros
ayunamos?

jueves, noviembre 13, 2008

Dice Silvia que despuès de tanto tiempo callada no sabìa como empezar a hablar.
Dice que esta mañana su voz se estrenò suave, debilitada, tibia.
Dice que mientras hablaba, tiritaba como una niña con frìo y caìan las palabras en sus labios limpiándole el miedo y caìan las palabras en su corazón arrancàndole el musgo y le desclavaban las uñas, e insistìan destrenzándole las venas.
Palabra a palabra fueron arrancando todas, todas las espinas, todos, todos los ayes, todos, todos los silencios.
Dice Silvia que cuando llegò la calma, aùn temblaba, pero al fin sentìa en orden la vida. Limpia.

las palabras
tocan a las bestias
y las amansan.


martes, noviembre 11, 2008

Cada poeta busca su propia definición de poesía y una vez encontrada la apuntala para construir sobre ella graneros o palacios.

Aquellos hombres y mujeres que creen que la poesía debe ser más granero que palacio; aquellos de nosotros que creemos que debe ser sostén inequívoco de pechos y no de calaveras; para nosotros, la poesía debe mantenerse sucia siempre, debe tener el rostro cicatrizado por el tiempo y el trabajo, debe mantenerse firme, con el puño apretado, en alto.

La poesía para nosotros tiene la obligación inexcusable de morirse de frío en los portales; debe ser corriente, sencilla como una modista; vulgar, como una puta; debe ser como un obrero bostezando camino de la fábrica, debe agarrarse a las farolas para observar el paso de los borrachos; debe escuchar los aullidos de los perros apedreados; debe carecer de pan y de abrigo; debe trepar las paredes de las cárceles, reptar por las trincheras, correr bajo las balas; debe acompañar a los enfermos, llevar sobre los hombros todos los partos y todos los cadáveres.
La poesía en nosotros resucita una y otra vez con la piel hecha jirones, con las tetas resecas, con dentelladas en los pómulos, en la espalda, en la vagina y se muere cada rato de plomo, de hambre, de desidia.
Nuestra poesía aspira profundo mientras se arranca los huesos, uno a uno, para señalar a los ahorcados, a los huidos, a los espantados, a los excluidos, a los expulsados.
No necesita salir a preguntar si los han visto.

Tiene entre sus manos palabras que no titubean, palabras que tiritan como niños golpeados, palabras que se muerden los labios, palabras malolientes, inconvenientes, palabras arrancadas de cuajo a la sombra de las torturas, palabras que clavan uñas, que arrancan mordazas, que cantan a pleno pulmón, en alto, en vano.

Y pese a todo, nuestra poesía tiene el vientre lleno de semillas y sueña con repartirlas.

Silvia Delgado Fuentes, Bilbao 11 de noviembre 2008