lunes, septiembre 24, 2007

Dice Silvia que ella admira a las personas valientes. A los valientes de andar por casa. A esos seres anónimos mordidos por la tragedia.
Dice que admira su manera humilde de torcer el cuello al destino, su sonrisa disponible, su despertar amable, tranquilo.
Dice que no comprende sus lucha ausentes de ira, sus harapos dignamente exhibidos.
Dice Silvia que cuando conoce a alguien así, sin pellizcos en el corazón, sin tinieblas, sin dudas, dice que se siente intensamente sucia y le parece entonces que ella no se merece esta vida de poeta, esta torre de marfil, esta dicha.
No se lo merece.
Dime cómo haces para reir
mientras tus hijos tienen hambre.
Dímelo, maldita sea.

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