miércoles, enero 17, 2007

Dice Silvia que cuando era niña, a menudo, sus padres se marchaban unos días fuera y dejaban a sus hijos al cuidado de unas monjas.
Dice que cuando cerraban el portón del convento, las monjas se arrancaban de cuajo la hipocresía y dejaban a los tres hermanos rubios perdidos en aquel laberinto con olor a alcanfor, a rancio.
Dice Silvia que los pasillos eran infinitos, dice que tenían muchas habitaciones vacías y mucho miedo. Dice que las monjas nunca les hicieron caso y que los tres dormían acurrucados, solos, hambrientos..
Dice Silvia que cuando venían sus padres a buscar a los hijos huérfanos, cualquiera de ellas abría de nuevo el portón con una sonrisa en los labios y un par de mentiras tibias. Empujaban entonces a los tres niños somnolientos... cariñosamente.
Dice Silvia que jamás les dieron un mendrugo de pan, ni una manta, ni un libro. Jamás de los jamases. Y jamás contaron a nadie que a las monjas no les gustaban los tres niños rubios, sólo les gustaban sus padres, sólo les gustaban los obsequios .
Llena mi mano
y me pondré a rezar,
vacíala y me pondré a blasfemar.

1 comentario:

Lety Ricardez dijo...

Ay Silvia esta falta de caridad entendida la palabra como amor, duele profundamente.
Yo no supe de monjas en mi infancia pero pensaba que eran buenas. Incluso llegué a pensar en serlo para irme de misiones.