Dice que cuando cerraban el portón del convento, las monjas se arrancaban de cuajo la hipocresía y dejaban a los tres hermanos rubios perdidos en aquel laberinto con olor a alcanfor, a rancio.
Dice Silvia que los pasillos eran infinitos, dice que tenían muchas habitaciones vacías y mucho miedo. Dice que las monjas nunca les hicieron caso y que los tres dormían acurrucados, solos, hambrientos..
Dice Silvia que cuando venían sus padres a buscar a los hijos huérfanos, cualquiera de ellas abría de nuevo el portón con una sonrisa en los labios y un par de mentiras tibias. Empujaban entonces a los tres niños somnolientos... cariñosamente.
Dice Silvia que jamás les dieron un mendrugo de pan, ni una manta, ni un libro. Jamás de los jamases. Y jamás contaron a nadie que a las monjas no les gustaban los tres niños rubios, sólo les gustaban sus padres, sólo les gustaban los obsequios .
Llena mi mano
y me pondré a rezar,
vacíala y me pondré a blasfemar.
1 comentario:
Ay Silvia esta falta de caridad entendida la palabra como amor, duele profundamente.
Yo no supe de monjas en mi infancia pero pensaba que eran buenas. Incluso llegué a pensar en serlo para irme de misiones.
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