Dice que caminó ciegamente, como si el mundo fuera a terminar de golpe y sentía como si todos los dioses estuvieran muertos, como si sus pasos torpes no llevaran a ningún sitio.
Dice Silvia que sintió que la tierra quemaba bajos sus pies, que no era nadie, que se habían caído todas las canciones y que sus ojos estaban oscuros, lejanos, sin voz, sin ganas.
Silvia ahora quita importancia a esto y mientras recoge los escombros que quedaron, piensa que hoy encontró dónde depositar su aliento, que lo dejó suavemente como si fuera un pájaro herido. Y sintió, por primera vez alivio.
Arrojo al mar mi tristeza
para que se la beban
las sirenas sedientas.
3 comentarios:
Dile a Silvia, que reconozco el sentimiento, pero cuando realmente algo tuyo de muere no tienes ni fuerzas para arrojar la tristeza a ese mar que todo lo puede.
Un beso.
Hace un tiempo atrás te descubrí y quedé encantada, pero estuve lejana por mis estudios. Hoy he vuelto para quedarme y continuar leyendo a silvia.
Besitos.
No hay mejor lugar que el mar, porque cauteriza las penas, te lo digo por experiencia
Publicar un comentario